UNA VARIANTE EDITORIAL DE LA REVISTA FRANCESA ACTUEL MARX ISSN:0718-0179

CONVOCATORIAS

CONVOCATORIA

ACTUEL MARX INTERVENCIONES Nº32

—Segundo semestre 2022/Primer semestre 2023—

Recepción de los artículos hasta el 15 de abril 2023

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A 50 años del golpe de Estado en Chile: de una situación revolucionaria de la Unidad Popular a la contrarrevolución capitalista

 

Para la izquierda revolucionaria de los años 1960 y 1970, la revolución mundial era un proceso que se extendía sobre tres aéreas geográficas distintas pero dialécticamente correlacionadas. Ella era anticapitalista en los países occidentales, anti burocrática en los países de los “socialismos realmente existentes” y antiimperialista en los países latinoamericanos desde mediados del siglo XIX. Durante más de 15 años, entre la Revolución cubana (1959) y el fin de la guerra de Vietnam (1975), esta visión no aparecía como un esquema abstracto o doctrinario, sino más bien como un análisis objetivo de la realidad.

A mediados de los años 60, cuando se cumplían 50 años de la Revolución Bolchevique, y a pocos años de la Revolución Cubana, existía un claro ambiente revolucionario para la tan anhelada emancipación de aquellos que Frantz Fanon llamaba “los condenados de la tierra”. Fue en ese periodo efervescente donde Ernesto “Che” Guevara realiza un análisis objetivo de esa realidad ante los delegados de la ONU el 11 diciembre de 1964. Allí señalaba que la historia tomará un giro anhelado por los pobres de América: la historia será escrita por los pueblos maltratados, por “las masas hambrientas de indios”, por los “campesinos sin tierra”, por los “obreros explotados”:

“Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia”.

Como se logra observar, esta historia no es la conocida historia universal de los grandes relatos, aquella del historicismo que Marx y Engels habían criticado en La sagrada familia (1845). Se trataba más bien de la historia de los oprimidos, pues, desde un punto de vista objetivo, no es la historia la que sirve al hombre sino que es la actividad transformadora del propio hombre la que hace la historia. En otras palabras, es desde los propios explotados y oprimidos donde nacerán las armas de su emancipación. En esa época revolucionaria y convulsa, se destacan las figuras de dirigentes como Ernesto “Che” Guevara, Fidel Castro, Cecilia Sánchez Manduley, Salvador Allende, Hô Chi Minh; Ahmed Ben Bella; Mehdi Ben Barka, Amílcar Cabral, Douglas Bravo, Hugo Blanco Galdós, entre otros/as. Concertados con representantes de 82 países (lo que los sociólogos habían bautizado el tercer mundo), estos se habían prometido fundar la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL). Esta organización vería su concreción con ocasión de la conferencia de los tres continentes —África, Asia, América Latina— programada en La Habana para enero de 1966. Allí se reunieron los delegados de Estados independientes no alineados; los movimientos de liberación; los grupos de revolucionarios hostiles al neocolonialismo; partidos clandestinos combatientes de las dictaduras; embajadores de Estados socialistas de Asia central y oriental. El encuentro también contaba con numerosos artistas e intelectuales, poetas, pintores y novelistas “comprometidos”, como es el caso de la cantante franco-americana Joséphine Baker. Fue esa época, atravesada por la idea común de liberación latinoamericana, la que había contagiado a toda una generación con el compromiso revolucionario de emancipación de los pueblos. En este contexto, y a cincuenta y tres años del triunfo electoral de la Unidad Popular (UP) y a cincuenta años del golpe de Estado en Chile, la historia y la memoria vuelven a ser interrogadas por las revoluciones sociales, por los problemas de un importante trasfondo económico, social, político y cultural. Sin duda se trata de la memoria y de la historia, pero también de la “elaboración” del pasado, del contexto del presente y los proyectos de futuro.

El denominado golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973, y la subsiguiente dictadura desencadenada en el país durante diecisiete años, no puede elaborarse, no puede comprenderse sin el precedente de la Unidad Popular que le da su justificación ideológica. ¿Cómo entender la idea de extirpar el “peligro marxista” y el “enemigo interno” sin la enraizada Doctrina de la Seguridad Nacional?

El propósito de este llamado, es evitar las trampas simétricas en las cuales caen, y han caído muchas interpretaciones históricas: la estigmatización reaccionaria y conservadora, pero también de una cierta apología ciega y nostálgica. Es imprescindible aproximarnos de manera diferente a este pasado de insurrecciones y de sus reversos trágicos. El propósito no es definir ni transmitir un “modelo” o “relato” a seguir, sino de proponer una elaboración crítica del pasado. No se trata de instruir procesos póstumos, ni de archivar el pasado en las salas y estanterías de los museos y las bibliotecas. Nuestros propósitos van en esta línea: “elaborar” el pasado, estudiarlo y comprender sus reveces para asimilarlo críticamente con el fin de preservar el sentido de esta experiencia histórica revolucionaria. Estamos conscientes que las revoluciones de nuestra época deben inventar sus propios modelos, ellas no lo pueden hacer a partir de una tabula rasa sin encarnar la historia/memoria de los combates del pasado, ya se trate de sus conquistas o más frecuentemente de sus derrotas. Es necesario elaborar el pasado no solamente porque hay miles de cuerpos castigados, exterminados y desaparecidos, sino también porque no podemos ignorar la obstinada influencia que el pasado ejerce sobre nosotros. Para ello debemos tener una mirada crítica sobre el continuum de la historia, y comprender que las revoluciones y las situaciones revolucionarias o pre-revolucionarias son una manera de elaborar ese pasado. El pasado no es algo que hay que buscar “detrás” del presente, este siempre retorna a nosotros como un fenómeno histórico que nos interpela a descifrar.

¿Cómo abordar una nueva conmemoración del golpe de Estado en Chile? La memoria articula históricamente lo pasado en el instante mismo del peligro, en el momento de “prestarse a ser instrumento de la clase dominante” (Benjamin). En ese momento, en ese preciso instante hace del dolor y la violencia acaecidos la ocasión para criticar y enfrentar al presente. Así, tanto el olvido como el blanqueamiento del golpe se corresponden con la impotencia reflexiva y la ceguera política producidas para velar el orden (post)dictatorial tras una aparente “naturalidad” o “necesidad”. Sin duda, somos exigidos/as por la tarea de estimular la memoria de la Unidad Popular en el 50º aniversario del golpe de Estado y la dictadura. Sabemos que desde el 11 de septiembre de 1973 el golpe interrumpe el proyecto de la “vía pacifica al socialismo”, diluyendo a los sectores organizados de la población mediante el terror, el secuestro y el exterminio. También reconfigura el Estado y sus aparatos para reducir el espacio solo a derechos de mercado, con el consecuente empobrecimiento económico y político del pueblo como forma de disciplinamiento, frustración y sumisión. Frente a esta realidad, reafirmamos nuestro compromiso editorial: la memoria es el ejercicio de traer al presente aquello que siendo un proyecto interrumpido hoy sigue siendo necesario para el devenir histórico de los pueblos. Este ejercicio nos fuerza a reflexionar sobre el vector de la historia, sobre las formas en que se plasma la lucha de clases a 50 años del asedio imperialista y la contrarrevolución.

El golpe cívico-militar, interrumpe el devenir nacional e internacional. Fecha el inicio del establecimiento violento de un nuevo orden político-económico que modela crudamente una nueva relación social entre el pueblo y su territorio. El bombardeo a La Moneda, los combates del día 11, los secuestros, las torturas, los asesinatos, las desapariciones de pobladores/as, sindicalistas, campesinos/as, militantes y estudiantes, la imposición del capitalismo neoliberal y todos los hechos de los que se compone la dictadura y la denominada “transición a la democracia”, marcan indeleblemente la historia de Chile hasta nuestros días. Estos hechos nos invitan a reflexionar continua y sostenidamente sobre el significado de aquello que a sangre y fuego se impuso, así como sobre aquello que se destruyó pero que aún hoy puede volver a reconstruirse.

¿En qué sentido el proyecto de la Unidad Popular fue tan amenazante que requirió de toda la empresa y la maquinaria de violencia de civiles y militares para interrumpirlo? ¿Por qué sigue siendo suficientemente peligroso como para que la reacción y el conservadurismo de las clases dominantes, como el progresismo, prefieran archivarlo y olvidarlo? El neoliberalismo nace en Chile como reacción del capitalismo que desde la década de 1970 se encontraba en crisis, pero este nace precisamente como profundización de las relaciones sociales capitalistas, y como mercantilización de toda la vida social. Así es como su expansión se opone a cualquier proyecto de organización alternativo que no se adecue a su ideología de mercado. La Unidad Popular, por el contrario, se presenta como la consecuencia de años de organización popular a través de un modelo político, económico, social y cultural distinto, una alternativa inédita de socialismo por vía institucional que escapa a los proyectos hegemónicos de la guerra fría (el capitalismo imperial y el socialismo burocrático soviético). Pero también se presenta como un ambiente propicio al despliegue del poder popular, es decir, del poder de emancipación de “los pobres del campo y de la ciudad”. La clase obrera y el pueblo, aliados contra las clases dominantes representadas por la oligarquía terrateniente y financiera, pusieron en vilo el modelo de acumulación capitalista. Producto de un largo proceso de auto organización que se plasmó en comandos comunales, comandos campesinos y cordones industriales, el poder popular ocupó las fábricas y las tierras patronales, corrieron los cercos y levantaron la consigna de “crear poder popular”. Es necesario decir que esta organización alternativa fue muchas veces contradictoria a las políticas del gobierno popular.

Las políticas de la Unidad Popular, que estremecen por su valor y envergadura, nos llevan a situar este proyecto en un contexto regional, en el cual, desde la Revolución Cubana (1959) al golpe Militar en Chile (1973), se constituye una época donde el paradigma revolucionario marcó la pauta de una política de corte emancipatorio, antiimperialista y anticapitalista. El antiimperialismo era un principio político transversal en los países latinoamericanos desde mediados del siglo XIX, mientras que el anticapitalismo fue un principio político que vio la luz de la mano de los proyectos de izquierda, y que a contrapelo de un capitalismo de Estado, generaban nuevas formas de pensar el poder y la independencia con los grandes centros de las metrópolis imperialistas. Esas ideas se tornaron en una alternativa factible para la hegemonía estatal y nacional desde la primera revolución socialista en América Latina: Cuba. Aunque con una estrategia diferente, la Unidad Popular y el gobierno encabezado por Salvador Allende compartían ese horizonte democrático, participativo, antiimperialista y anticapitalista.

Vía legal y/o vía armada o vía pacífica y/o vía insurreccional —se señalaba en ese periodo— no son entidades decisivas en sí mismas y su confrontación designa una falsa simetría. Las formas que toma la lucha de clases, en un momento y en una formación social dada, están necesariamente condicionadas por la historia y la correlación de fuerzas, tanto a nivel local, regional y mundial. Por ello cada etapa de un proceso histórico está condicionada por la precedente y crea a su vez las potencialidades de su paso a otra. Es claro que el proceso de la revolución chilena recorrió hasta el final el camino institucional y legal, logrando que el enfrentamiento fuera inevitable: los golpes tienen su hora. La historia trata de procesos, con sus etapas, sus límites, sus continuidades y sus rupturas. Trata de procesos concretos, singulares y específicos que no son susceptibles de repetir, y si lo hacen, no será con la dignidad trágica de quien se enfrenta a un desgarramiento real, sino como la comedia de quien repite un gesto histórico en un momento al que no corresponde.

La elección del 4 de septiembre de 1970 llevó a la presidencia a Salvador Allende expresando las demandas más profundas del mundo popular. El modelo cuyas bases estaban ancladas en una redistribución del poder, gracias a una vía democrática al socialismo, fue el grito de aquellos que nunca tuvieron voz en la historia independiente de este territorio. Una vía nunca vista en el mundo y que respondía igualmente al contexto y necesidades de Latinoamérica. Una vía que se sostenía en la nacionalización de la economía llevada a cabo por un gobierno legal y legítimamente escogido por las y los chilenos. La democratización política y económica, expresada en la reforma agraria en el campo, por un lado, y la nacionalización de la banca y de las principales industrias en la ciudad, por otro, pusieron contra la pared a la clase capitalista chilena, mientras que la nacionalización de la minería enfrentaba al gobierno con el gran capital norteamericano. El golpe militar interrumpió este proceso de acumulación de fuerza que llevó a la clase trabajadora a creer en la posibilidad de un modelo político, económico, social y cultural distinto.

La alternativa socialista, o la “vía pacifica al socialismo” en el continente, fue tan amenazante que de acuerdo a la desclasificación de archivos de la CIA, un anticomunista visceral como Nixon —entonces presidente de EE.UU.— advertía, frente a las elecciones en Chile de 1970, que la presidencia de Allende crearía un “sandwich rojo” con la Cuba de Castro y toda América Latina aprisionada entre esas dos pequeñas rebanadas de pan izquierdista. La amenaza consistía en que el carácter revolucionario de los proyectos anticapitalistas no eran sueños utópicos, sino posibilidades reales y objetivas.

La contrarrevolución que se impuso en Chile a fuego y sangre, se instaló sobre pilares de una estructura preconcebida que buscaba la restauración de un determinado orden de clase (terrateniente, excluyente y liberal), aquel que había sido disputado y amenazado por las masas populares en la década del 70’ como nunca antes visto en el siglo XX. La política del terror personificada en la Junta Militar, canalizada y ejecutada a través de las instituciones y aparatos del Estado, respondió justamente a la demanda de las clases dominantes que pedían la reconstitución de la estructura de poder en su campo de acción política, económica, social y cultural. La dictadura militar restableció esa hegemonía del régimen de acumulación capitalista modernizando sus mecanismos de explotación y dominación, a la vez que proveyó de un nuevo escenario económico-político a la oligarquía. El neoliberalismo es así el nuevo “pacto” que, contra la política popular, sostiene al capitalismo y a la oligarquía.

Lo que siguió después del golpe de Estado fue la síntesis de este proceso que profundizó, naturalizó, sistematizó y tecnificó el horror, la persecución, el castigo/encierro y la ejecución/desaparición forzada, a la vez que fundaba una sociedad de individuos sostenida sobre la destrucción y ruptura de los lazos sociales. Análogamente al terror deben comprenderse la privatización de los bienes comunes y la subsidiariedad de derechos sociales, el extractivismo y la sobre expropiación de la plusvalía vía flexibilidad/precariedad. En definitiva, el modelo impuesto se levantaba sobre la eliminación de un proyecto social de distribución del poder sin igual, y sobre la necesidad de imposibilitar a cualquier costo la construcción de horizontes colectivos emancipatorios. De hecho, es el propio padre intelectual de la constitución del 80 quien subrayara la necesidad de impedir cualquier cambio o modificación del modelo político-económico y social implementado, ya sea a través de la propia ciudadanía o el ejecutivo: “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque —valga la metáfora— el margen de alternativa que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario” (Guzmán).

Hoy, a pocos años de la revuelta de octubre del 2019, cuando saltando torniquetes los secundarios desafiaban la mercantilización de la vida cotidiana para ver luego a millones de personas ocupando las calles dando cuenta del agotamiento de la institucionalidad (post)dictatorial, todos estos procesos son profundizados por el amplio espectro político del capital, desde el pinochetismo conservador hasta el progresismo. El capitalismo neoliberal que nos hereda la dictadura, hace de Chile un país dependiente del extractivismo y este hace de los territorios zonas de sacrificio. De la masificación del trabajo precarizado, carente de derechos sociales, el capitalismo recrea el medio cuantitativo para asegurar a la opinión pública nacional e internacional la existencia de empleabilidad. Pero el neoliberalismo no es sino la modalidad contemporánea del mismo núcleo de relaciones capitalistas y fetichistas que la Unidad Popular enfrentó cuando la promesa del mercado era el “bienestar”. En síntesis, lo que vuelve a surgir como límite y problema siguen siendo las relaciones sociales y económico-políticas del capital amarrados hoy a las lógicas del capital mundializado.

En esta nueva convocatoria de la revista Actuel Marx Intervenciones en su número 32, y desde nuestra compleja y atiborrada contemporaneidad de luchas sociales, llamamos a la necesidad urgente de realizar un balance crítico sobre los últimos 50 años, al alero de la política instalada en la dictadura militar en nuestro país: el capitalismo neoliberal. La ideología del individualismo extremo, la exacerbación de la violencia represiva y la reducción de la participación del Estado al subsidio de la iniciativa privada nos movilizan a preguntarnos por toda la herencia que la dictadura impuso y que los últimos 30 años desde “el retorno a la democracia” profundizaron. La continuidad de la política neoliberal desde la dictadura y todo el periodo de la “transición democrática” que lo prosiguió nos remiten a un presente entramado, complejo y atiborrado de yuxtaposiciones temporales que hacen coincidir, desde la revuelta del 18 de octubre de 2019, demandas por justicia social que coexisten con reversos racistas, clasistas y patriarcales de carácter excluyente, como se pudo ver en los resultados del último plebiscito. Esta situación lejos de ser leída de manera simplista amerita una lectura multifactorial y crítica que admita la dificultad que contiene la lucha por transformar el modelo político, cultural y económico que se impuso como lógica dominante en la sociedad chilena desde hace 50 años. Este es el desafío que la Revista Actuel Marx Intervenciones plantea para su Nº32.

 

Para la presentación de artículos en este dossier, proponemos las siguientes líneas temáticas:

 

.-La reforma agraria: un vector para las reformas del gobierno de la Unidad Popular

.-Salvador Allende y su relación con la Organización de Solidaridad de los pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL).

.-¿Vía legal y/o vía armada o vía pacífica y/o vía insurreccional?: El rol de Salvador Allende en la denominada “Vía pacífica al Socialismo” o “La revolución con sabor a empanadas y vino tinto”.

.-El rol del Poder Popular manifestado en los cordones industriales, comandos comunales, comandos campesinos y otras formas de organización popular.

.-La actualidad del Poder Popular: enseñanzas para pensar críticamente los límites de la democracia representativa.

.-El rol y la experiencia de los marinos y militares anti golpistas en el seno de las FFAA.

.-El rol de la CIA y las agencias de EEUU en el golpe y en el asesinato de militares vinculados al gobierno de la Unidad Popular.

.-Los documentos desclasificados de la CIA y sus vinculaciones con la derecha Chilena, Demócratas Cristianos, militares, empresarios y el diario El Mercurio.

.-El caso de El Mercurio: el periodismo transformado en propaganda y sedición.

.-La prensa independiente en tiempos de crisis: antes y después del golpe de Estado.

.-Las tácticas y estrategias de la contrarrevolución chilena y sus clases dominantes: castigo/encierro/exterminio/desaparición forzada de personas.

.-El capitalismo neoliberal o el modelo político-económico-social que se instala con la contrarrevolución por medio de las violencias físicas, psicológicas y simbólicas.

.-El rol y la experiencia de los movimientos y organizaciones revolucionarias: antes, durante y después del golpe en Chile y en el Cono Sur de América Latina.

.-Las luchas sociales, políticas, económicas y culturales en el contexto dictatorial: resistencias y otras formas de rebeldías.

.-El legado de dictadura a través de la constitución del 80: los resabios del modelo político y económico de la dictadura en el nuevo proceso constituyente.

.-Perspectivas críticas en torno a la Historia/Memoria, la museificación y patrimonalización del pasado histórico reciente.

.-Los gobiernos progresistas de la “transición a la democracia” como respuesta postdictatorial y su relación con el modelo de acumulación capitalista.

.-Mujeres en resistencia, ollas comunes y organizaciones sociales.

.-Arte, música, cultura y contracultura en la dictadura y postdictadura.

.-El rol de la academia y los intelectuales en el gobierno de la Unidad Popular, la dictadura y “transición a la democracia”.

Actuel Marx Intervenciones

Comité Editorial

 
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